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Resulta complicado escribir sobre la ciudad en la que uno vive. Es tan subjetivo
como opinar sobre tus padres o tus hijos. Desde la atalaya que me proporciona el
mostrador de mi tienda, escuchando las opiniones de los turistas y viajeros que nos
visitan, además de las inevitables comparaciones con otras ciudades que he visitado,
intentaré ser objetivo aunque no sea fácil; y es que Gijón enamora.
Lo primero que te comenta una persona que acaba de llegar es la hospitalidad y
simpatía de sus habitantes. Desde una desconocida a la que preguntan por una calle
hasta el camarero del bar donde paran a tomar algo. ¿Es la ciudad la que moldea el
carácter de sus habitantes o son estos los que moldean a la ciudad? Dificil pregunta;
parecida a la de si fue primero el huevo o la gallina. Tal vez sea el influjo de la sidra
que se comparte o del mar que nos hermana.
La segunda alabanza del turista es, siempre, la gastronomía: lo bien que se come
por estos lares. La calidad de nuestras viandas, las abundantes raciones y el precio
comedido son objeto de elogio y admiración. Por no hablar de los pinchos con los
que te agasaja el más humilde hostelero. Pequeños bocados de nuestra tierra incluidos
en el precio de la consumición. ¿Qué más se puede pedir?
Otro aspecto que destaca el visitante es la belleza del paisaje gijonés, con una
magnífica relación calidad-precio en sus alojamientos. Gijón tiene, además, un
tamaño ideal para el paseo. Ni muy pequeño ni demasiado grande. El mar es su punto
fuerte; lo sabían los antiguos cilúrnigos que habitaban la Campa Torres, hoy balcón
privilegiado para observar el gran puerto de El Musel. De oeste a este prosigue la
linea de la costa con la playa del Arbeyal, la de Poniente, el Puerto Deportivo, el
cerro de Santa Catalina en el viejo barrio de Cimadevilla, con la icónica escultura del
Elogio del Horizonte de Eduardo Chillida, continuando con la entrañable playa de
San Lorenzo y su paseo marítimo que se extiende, pasando por la recoleta playa de
Peñarrubia, hasta el alto de La Providencia; desde donde podemos disfrutar de una
panorámica de la ciudad, asomándonos a su mirador en forma de barco.
En cuanto a equipamientos culturales Gijón no tiene nada que envidiar a los de una
gran ciudad. Tenemos el Museo del Ferrocarril, con interesantes vagones e históricas
locomotoras de vapor. No hay que olvidar la preponderancia que este medio de
transporte tenía en nuestra ciudad, con líneas de Renfe y Feve que contaban con la
céntrica estación del Humedal, ya demolida; ahora solo queda una “provisional”,
alejada del centro y en medio de la salida a la autopista, además de un túnel sin
metro. La miopía de sucesivas corporaciones locales ha lastrado el desarrollo del
ferrocarril, con interminables estudios, proyectos, reuniones y discusiones estériles.
Continuando con los museos, podemos visitar los de famosos pintores, como el de
Evaristo Valle en Somió, Nicanor Piñole en Puerta la Villa, o Juan Barjola en la calle
Trinidad. También merece una visita la Casa Natal de Jovellanos, gran prócer local.
Tampoco podemos perdernos las Termas Romanas de Campo Valdés junto a la iglesia
de San Pedro, o el Acuario de Gijón, con 4000 especies marinas, al lado de la playa
de Poniente. No pueden faltar el Pueblo de Asturias, en el recinto de la FIDMA, y el
Jardín Botánico en Cabueñes. Por no hablar de la red de Centros Municipales, con
exposiciones, cine, teatro y conciertos, entre otras actividades.
Aunque, sin duda, el monumento más grande que tiene Gijón es su magnífica
Universidad Laboral, soberbia creación de Luis Moya, dotada de equipamientos
académicos, deportivos y culturales. Se trata del edificio más grande de toda España,
cuatro veces más que el monasterio de El Escorial, al que dedicaremos un capítulo en
exclusiva.
Perderse por Gijón, por sus calles y plazas, por sus parques y jardines, es todo un
placer que a nadie defrauda. Su clima suele ser templado, sin los rigores de otras
latitudes. ¡Toda una experiencia que no os podéis perder!