La villa de Atienza tiene orígenes remotos y una historia convulsa.
Situada en la ladera de un cerro, habitada por los celtíberos,
resistió a los romanos y solo cayó en su poder cuando lo hizo
Numancia. Una vez tomada Atienza, los romanos construyeron una
atalaya en la que siglos más tarde los árabes harían uno de sus
más significativos baluartes frente a las acometidas de los reinos
cristianos del norte. Su imponente castillo está situado en lo más
alto del cerro. Fue fortificado por los árabes y hasta los siglos XI y
XII, cuando fue conquistado por Alfonso VI, no adquirió su aspecto
definitivo. Forma parte de la propia roca y es tan inexpugnable que
el propio Cid Campeador, camino del destierro, no se atrevió a
conquistarlo por considerarlo “una peña muy fuerte”.
De alto valor estratégico, Atienza se convirtió en punto esencial
para la defensa de la frontera, primero frente a los musulmanes y
después frente a la corona de Aragón. Además, su situación en un
lugar de fácil comunicación entre las dos mesetas y entre Castilla y
Aragón, propició una de las actividades más extendidas entre sus
habitantes: el transporte y la arriería. Precisamente sus arrieros
protagonizaron un valeroso episodio cuando el rey Alfonso VIII, con
tan solo cuatro años de edad, fue ayudado a escapar del asedio al
que le habían sometido las tropas de su tío y regente Fernando II
de León. Idearon un astuto plan que consistió en disfrazarlo como
uno de ellos y salir entre los caballos. Desde entonces se celebra “la
caballada”, fiesta de Interés Turístico Nacional, que recrea el suceso
con auténticos caballos montados por gente del pueblo y hasta por
el cura párroco de la Iglesia de la Trinidad (siglo XII), que nos contó
como se cayó varias veces por la bravura de los caballos.
Lógicamente la villa fue la preferida de Alfonso VIII, que la colmó
de privilegios y regalos, progresando espectacularmente. En la Baja
Edad Media llegó a contar con 14 iglesias y numerosos edificios
nobles al ponerse de moda, imitando al rey, pasar temporadas en la
villa. Fue una época de esplendor que se vio truncada a mediados
del siglo XIV por las guerras de los Infantes de Aragón, cuando se
tomó la fortaleza, provocando la huida de sus habitantes y la
destrucción de la villa por las tropas de Juan II de Castilla y Álvaro
de Luna. Posteriormente, Enrique IV eximió de impuestos a los
atencinos, tratando de repoblar la villa. Con la llegada de los Reyes
Católicos perdió su valor estratégico, quedando reducida a núcleo
semiurbano y cabecera comercial, artesanal y administrativa de la
comarca.
(Continuará la próxima semana)