Llovía y hacía frío. Necesitaba unas fotos de carnet para renovar el permiso
de conducir. No me gustan las que hacen en las clínicas de
reconocimiento. Sales como en el foto-matón y luego el guardia te
mira raro cuando te para. Rebusqué por casa y encontré unas
antiguas. En un primer momento apenas me reconocí. Llevaban la
fecha por detrás. Habían pasado la friolera de catorce años. Parecía
otra persona, un hermano pequeño al que sacas por el parecido…
Me decidí a hacer unas nuevas, que no era plan ir con aquellas. Salí
de casa y pregunté a la del estanco por una tienda de fotos. Ya van
quedando menos, me dijo, pero tienes una a un par de manzanas
de aquí que lleva toda la vida ahí; ya la recuerdo cuando abrimos el
negocio hará unos veinte años. Tiene un toldo rojo grande, no tiene
pérdida. ¡Que pereza hacerse fotos con este día de perros!.
Entré y esperé mi turno. Sonaba música de jazz. Se estaba a
gusto en aquel lugar. El tiempo parecía haberse detenido entre
aquellos muebles de madera. Me entretuve mirando fotos de
lugares lejanos y gentes desconocidas. Al poco entré en el estudio y
me sacaron nuevas fotos. Iba tenso y malhumorado, pero algo me
dijo el fotógrafo que me hizo sonreír de verdad. En ese momento
quedó plasmada mi cara para otros diez años. Lo que suponía una
decepción al comparar la foto actual con la antigua, se tornó en
sorpresa y alegría al comprobar que… ¡había salido mejor!
Salí a la calle. Llovía y hacía frío. Pero no me molestó…

foto-carnet