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Foto Figaredo

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Foto Figaredo

Publicaciones de la categoría: FotoRelatos

La casa de la colina

31 sábado Oct 2020

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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cementerio judío, cuentos de cementerio, historias de halloween, microrrelato

En algún lugar de Centroeuropa un caminante avanzaba exhausto entre la nieve.
Buscaba un lugar donde quedarse. Con las últimas luces del atardecer divisó una
pequeña casa en lo alto de una colina cercana. Pensó que sería un buen lugar para
pasar la noche.
Llamó a la puerta, esperó, y nadie respondió. Como el frío era intenso y la noche se
echaba encima accionó la manilla y empujó la puerta, que se abrió con un crujido de
sus oxidadas bisagras. Entró a un pequeño vestíbulo lleno de telarañas. La casa
parecía abandonada. Con la ya escasa luz que entraba por la puerta vio, en un estante, una caja con velas y varios candelabros. No había electricidad. Se alegró de llevar un mechero encima. Encendió dos velas, las colocó en un candelabro, y cerró la puerta. Accedió a una sala donde había una chimenea, una silla desvencijada y una mesa. Un viejo jergón, en una estancia contigua, completaba el escaso mobiliario. Al fondo de la sala, en un rincón, descubrió una puerta. Era más maciza que la de la entrada. En su parte superior un letrero rezaba: “Quien aquí mora no recibe visitas”. Aunque dudó un instante, acabó cediendo a la tentación y la abrió. Tuvo que emplearse a fondo para empujar la pesada puerta.
Alzó el candelabro, y la tenue luz de las velas dejó entrever una escalera de madera
que descendía a una completa oscuridad. Acuciado por la necesidad de leña y,
también, llevado por la curiosidad, comenzó a bajar los escalones hacia lo que parecía
el sótano de la casa. Los carcomidos peldaños crujían a su paso. El aire estaba
enrarecido. Olía a humedad y podredumbre. No había recorrido ni la mitad de la
escalera cuando escuchó un ruido a su espalda. La puerta se había cerrado. Continuó
su descenso, peldaño a peldaño, hasta llegar al suelo, que era de tierra. Caminó unos
metros, a través de un pasillo, hasta una especie de cueva, jalonada de piedras más o
menos verticales. Acercó el candelabro a la más próxima y descubrió una lápida con
caracteres hebreos. Alzó la luz y vio muchas más. Estaba en una gran cripta. En ese
momento lo entendió todo: la casa de la colina no era más que la entrada a un antiguo
cementerio judío. Preso del pánico, echó a correr hacia la puerta por donde había
entrado. Subió los escalones, de dos en dos, abalanzándose sobre la puerta para salir
de allí cuanto antes. Pero le aguardaba una terrible sorpresa: la gruesa puerta carecía
de manilla o picaporte alguno. Un enorme muelle, situado en su parte superior, la
mantenía bien cerrada. Pensada solo para entrar. Diseñada para que nada saliera.


Desesperado, volvió sobre sus pasos. Tenía que haber otra salida. Recorrió todo el
cementerio buscándola. Había docenas de tumbas y, entre ellas, varios esqueletos con
jirones de ropa. Desgraciados que cayeron en la misma trampa. Al otro extremo de la
cueva un derrumbe taponaba la salida. El aire se volvía irrespirable. Comprendió que
jamas saldría de allí; que, al final, había encontrado un lugar donde quedarse… para
siempre.
De pronto, una mano agarró su hombro y lo zarandeó. Gritó aterrado, como nunca
había gritado. Entonces una voz le susurró… despierta hijo, son más de las ocho,
¡Llegarás tarde al colegio!

Las viejas fotos

27 sábado Ene 2018

Posted by mariofigaredo in Consejos fotográficos, curiosidades en fotos, FotoRelatos

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fotos antiguas, niños de posguerra en la escuela, reproducción de fotos antiguas, restauración de fotos, viejas fotos

niños en una escuela nacional.

Hace poco recibí de mi tía esta imagen de una vieja foto hecha en
tiempos de la posguerra. En ella se aprecia a mi madre y mi tío, en
la escuela, compartiendo una enciclopedia; el único libro que
empleaban en su educación. Detrás el mapa de España. Por lo que
cuentan mis mayores eran tiempos difíciles. Madrid. Época de
escasez, cartilla de racionamiento y estraperlo. Mi abuela hacía lo
imposible para poder vestirlos y darles alimento, mientras, mi
abuelo invitaba en el bar…
Mirando la foto, y otras similares que he visto, me vienen a la
memoria los primeros años de mi infancia; en los que todavía se
utilizaban los viejos métodos educativos: golpes de regla en las
uñas, coscorrones, bofetadas y tirones de patilla… Eso sí, había un
profundo respeto, y temor, por el profesor y la autoridad que de él
emanaba. No quedaba otra.
Esas fotos antiguas, que podemos encontrar en el baúl de la
abuela, nos retrotraen a tiempos pretéritos donde casi todo era
diferente; desde el vestuario y los peinados hasta las caras y
actitudes que ponían al posar. Inocencia. Curiosidad. Magia.
Muchos de esas fotos pueden encontrarse en un estado
lamentable por el transcurso de los años y la mala conservación.
Algunas se guardaban en casas de aldea, con un elevado grado de
humedad, presentando zonas sin emulsión; es decir, sin partes de
la foto. Otras veces las llevaban en la cartera durante muchos años
y han quedado llenas de arrugas. Hoy día se pueden hacer copias
restauradas gracias a programas como el Photoshop. Es posible
retocar puntos y grietas, quitar o añadir personas, dar color y, en
general, rejuvenecer la foto sin quitarle el atractivo de lo antiguo.
Al fin y al cabo las fotos es lo que queda de nuestros familiares
cuando van faltando. Retazos de una vida, a modo de piezas del
gran rompecabezas de la existencia humana.

Barco de Mujeres

15 viernes Dic 2017

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos, Temas de actualidad

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barco de mujeres, foto-relatos, maltrato contra la mujer, velero de dos palos, violencia de género

velero de dos palos. Foto Figaredo, Gijón

Laura vivía en un infierno constante. Su marido, borracho y
manipulador, la maltrataba física y psicológicamente. No habían
tenido hijos y la culpaba por ello. Ella dependía económicamente de
él y por esa razón aguantaba la situación. Hija de un marino
mercante , ya jubilado, renunció a su trabajo cuando contrajo
matrimonio. Aquel fue su gran error.
Un buen día, tras una fuerte discusión con su marido, decidió
marcharse de casa, de la que tampoco era propietaria, y pedir
ayuda en la comisaría más cercana. Allí fue orientada y derivada a
un piso de acogida donde conoció a Antonia, mujer de campo que
atravesaba una situación similar. Hablaron y lloraron durante toda
la noche. Intercambiaron confidencias y una gran amistad surgió
entre ellas. Conscientes de que su estancia en aquel lugar era
temporal pensaron como dar un nuevo rumbo a sus vidas. A su
edad no era fácil encontrar un trabajo estable, y siempre
sobrevolaba el miedo a ser localizadas por sus maltratadores. Laura
decidió hablar con su padre y hacerle partícipe de su situación. El
hombre, conmovido por su relato, llamó a un buen amigo suyo en
Aduanas que siempre le hablaba de las incautaciones de alijos de
droga en el mar, de los barcos que los transportaban y de las
subastas a los que eran destinados. El dinero recaudado en ellas
era destinado al pago de las cuantiosas indemnizaciones y multas a
las que eran condenados los narcotraficantes. El funcionario,
sensible al problema de aquellas mujeres, habló con sus superiores
y movieron hilos… Fruto de estas gestiones consiguieron sacar de
la subasta un velero de dos palos que bien podía servir de vivienda
para Laura y Antonia. La condición para su usufructo sería que
sirviera de refugio a otras mujeres dispuestas a pernoctar en él a
cambio de colaborar en su mantenimiento. No faltaron voluntarias
para la tripulación. Pronto se dieron cuenta de las posibilidades que
ofrecía tan singular alojamiento. Laura, amante del mar por
influencia paterna, convenció a Antonia para obtener el título de
patrón de yate y aprender a gobernar el barco. Obtuvieron licencia
del Ministerio de Turismo para organizar visitas guiadas y, con el
tiempo, pequeños paseos por la bahía. La Escuela de Marina
también colaboró tutelando un programa de adiestramiento a la
improvisada tripulación, comandado por una capitana en prácticas.
A los pocos meses Laura y Antonia, muy motivadas, completaron
los estudios necesarios y estuvieron en condiciones para gobernar
el velero. Comenzaron los viajes para turistas, fotógrafos,
ecologistas… el proyecto “Barco de Mujeres” se había convertido
en realidad. La ansiedad y el miedo de su vida anterior había
desaparecido. El mar resultó ser un revulsivo para cambiar su
mentalidad y fortalecerse física y anímicamente. Concedieron
entrevistas, consiguieron patrocinadores, y su autoestima se
afianzó al mismo ritmo que su nivel económico.
Con el tiempo el velero se les quedó pequeño y, con los
beneficios obtenidos fundaron una ONG para adquirir nuevos barcos
que ayudasen a nuevas mujeres. Su labor no pasó desapercibida a
las instituciones y gobiernos europeos que apoyaron el proyecto sin
fisuras. “Barco de Mujeres” (BM) marcó un antes y un después en
la lucha contra la lacra de la violencia de género, en el
reconocimiento al respeto que, como persona, toda mujer merece.
¡Ojalá llegue un día en que esta historia no sea ciencia-ficción!

cartel del día internacional contra la violencia de género.

El músico callejero

20 viernes Oct 2017

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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músicos callejeros, músicos de Jazz, Praga

Era dura la vida del músico callejero… Cada mañana Jan cogía su
trompeta, salía de la pensión en la que vivía y se dirigía al puente,
al encuentro de Martin, Tomas y Josef; sus compañeros de fatigas.
Se preguntaba cuánto tiempo estaría en este plan, sin un trabajo
de verdad, tocando de la mañana a la tarde en plena calle. Durante
un momento se consoló pensando en Josef, cargando con el
contrabajo a todos lados. Lo peor era soportar la intemperie. El frío
era la tónica general la mayor parte de los días. Dicen que en Praga
hay dos estaciones: el invierno y el resto del año. Un invierno muy
largo y un resto muy corto. A veces los molestos sabañones hacían
mella en sus desnudas manos, pero no sabía tocar con guantes.
Aquella mañana habían quedado para tocar en el puente.
Pasaban muchos turistas y el dinero que les daban era suficiente
para vivir modestamente. Como era temprano entró en un bar a
tomar un café. Siempre tenían buena música y eso le relajaba. Hoy
sonaba jazz: “So What”, de Miles Davis. En la barra estaba sentada
una mujer. Ambos se miraron durante un momento. Parecía sola y
con ánimo de conversar. Era extranjera y apenas hablaba inglés.
Por lo visto había discutido con su amiga y se había perdido. A los
dos les gustaba el jazz y eso les hizo conectar enseguida. Luego la
acompañó hasta su hotel y acudió, aunque tarde, a su trabajo. Sus
compañeros le riñeron, se burlaron de su “conquista” y ahí acabó
todo.
Al día siguiente, en el mismo lugar, las monedas iban cayendo en
el cesto. De improviso Martin vio caer un billete de los grandes.
Alzó la mirada y vio a una mujer sonriente. Discretamente dio un
codazo a Jan que, concentrado, no se había percatado de nada.
Éste miró el billete y reconoció a la mujer del día anterior. Azorado,
apenas pudo balbucear unas palabras de agradecimiento. Entonces
ella deslizó una tarjeta de visita en su bolsillo y se fue sin más.
Era dura la vida del músico callejero… aunque a veces puede cambiar.

músicos callejeros. Foto de Rubén Figaredo

 

Tiempos de guerra

07 jueves Sep 2017

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos, Temas de actualidad

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fotos de guerras, guerra, guerra de Corea, portaviones, reporteros de guerra

La guerra existe desde que el mundo fue poblado por seres
humanos. A pequeña o gran escala. Hay guerras tribales,
regionales y mundiales. Incluso pequeñas guerras vecinales. Lo
llevamos en la sangre como un invisible chip de autodestrucción.
Una marca de la casa. La cima de la estupidez humana; esa que
empieza por necios actos de rebeldía, como no hacer caso la
bandera roja de la playa o caminar por la vía del tren con los
auriculares puestos…
Asistimos estos días a una fuerte escalada de la habitual tensión
entre Corea del Norte y Estados Unidos. Analizando el cariz de los
acontecimientos, el carácter de sus dirigentes y los intereses de
terceros países como China, Rusia, Japón y Corea del Sur, no es
improbable que asistamos a una reedición de la guerra de Corea,
que transcurrió entre 1.950 y 1.953, corregida y aumentada.
En cualquier guerra tenemos la figura del reportero. Un fotógrafo
y periodista que se juega el tipo para conseguir las mejores fotos
del conflicto de turno. Esas imágenes que luego aderezan las
crónicas de los periódicos con los que desayunamos cada mañana.
Una foto de cualquier guerra debe transmitir la crudeza de los
combates, el drama humano de la población civil, la alegría de los
vencedores y la desolación de los vencidos. Hubo fotos míticas
como aquella, en la guerra del Vietnam de los años 70, en la que
salía una niña corriendo desnuda con las quemaduras del napalm
en su piel… Dio la vuelta al mundo, recibió premios y sirvió para
que la opinión pública tomase conciencia, y partido, de aquella
realidad. Porque las fotos de guerra, además de alimentar el morbo
de la gente, consiguen decantar la balanza de la propaganda en
uno u otro sentido. Consiguen que nos removamos incómodos en
nuestros asientos, sintiendo una mezcla de alivio por no estar allí y
de tristeza por la constatación de la brutalidad humana.
La guerra, segundo jinete del Apocalipsis, va a dar a luz otro de
sus tenebrosos retoños. Sufrimiento para unos y negocio para
otros. El binomio destrucción-construcción será realidad de nuevo.
Aunque nos pille lejos siempre salpica de alguna manera. Se
aproximan tiempos de guerra, pero el mundo seguirá girando.

Portaviones Intrepid. Foto de Rubén Figaredo.

Bosque de día, bosque de noche.

18 viernes Ago 2017

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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bosque, FotoRelatos, fotos del bosque

En un día a finales de verano, como el calor apretaba, busqué la
sombra de un bosque cercano. Allí se respiraba mucho mejor. El
ambiente era fresco y olía bien; tal vez por algún eucalipto que
compartía espacio con los castaños, los más abundantes. Seguí el
camino que lo atravesaba y me deleité con los sonidos de pájaros,
insectos y algún corzo que echó a correr en cuanto me oyó llegar. El
chasquido de una rama seca bajo mis pies fue más que suficiente
para provocar su estampida. Las aves también enmudecen cuando
escuchan un ruido distinto a los habituales; basta quedarse inmóvil
unos minutos para que retomen su rutina y me dejen de ver como
a un extraño.
La penumbra reina en el bosque aunque fuera el sol apriete… sus
rayos se filtran por entre hojas y ramas formando claroscuros. La
luz es cambiante y realza los contornos de los árboles, en fuerte
contraste con las zonas umbrías. Me preparo un palo, con un trozo
de rama vieja, para ir apartando las telas de araña que cruzan el
camino o algún arbusto que estorbe el paso y sigo caminando. El
bosque de día es acogedor e invita a permanecer en él durante
largo rato.

bosque de Santa Eufemia en Asturias. Foto Figaredo, Gijón
Volví al mismo bosque en una noche de luna llena. Reconozco
que tuve que tragar saliva antes de internarme por el mismo
camino que otrora me parecía tranquilo, seguro y hospitalario…
Provisto de linterna fui avanzando, cauto, hasta la parte más
frondosa. Los sonidos eran diferentes a los diurnos. Búhos y
lechuzas ululaban rasgando el profundo silencio de la noche.
Mosquitos y polillas se arremolinaban en torno al haz de luz que mi
linterna provocaba. Algún murciélago aprovechó la situación con
repetidas pasadas buscando alimento en los insectos que pululaban
cerca de la luz. Un ruido en tierra atrajo mi atención. Algo o alguien
escarbaba… Escuché pisadas en el suelo alfombrado de hojas
secas. De pronto, un miedo atávico se apoderó de mí. Me vinieron a
la mente las truculentas historias que mis mayores relataban
cuando era niño; como la muerte de una pareja de guardias civiles
por los lobos, o la terrible leyenda de la Santa Compaña: siniestra
procesión de monjes, cubiertos con capuchas, que iban caminando
por los oscuros bosques gallegos y asturianos iluminados con
antorchas. Espíritus corpóreos que, en ocasiones, se detenían junto
a la casa de alguien cuya muerte anunciaban…
Dirigí mi linterna hacia el ruido de pisadas y… descubrí a una
hembra de jabalí con sus crías detrás. Sus ojos brillaban en la
oscuridad a la luz de la linterna. El miedo y la prudencia me
obligaron a dar media vuelta y salir pitando de allí. Huelga decir
que jamás he vuelto a un bosque por la noche. Es, sencillamente,
aterrador…

Bosque de SAnta Eufemia en Asturias. Foto Figaredo, Gijón

Nota del autor: Sí; la foto es la misma, un poco cambiada.

Foto-relatos: «Martín»

03 viernes Mar 2017

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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foto de aldea asturiana, hórreo con panoyas de maíz, Santa Eufemia

Martín era alto, delgado y fibroso. Pura fuerza hecha supervivencia.
Persona amable y cordial. Siempre con una sonrisa en los labios.
Un tipo singular. Vivía solo en un pequeño chamizo. Trabajador
infatigable, siempre de aquí para allá, segando prados ajenos o
pillando mojaduras cuando iba al bosque a por castañas.
Le conocí de niño, en casa de mi abuela, de una manera curiosa:
Un día que estaba zanganeando en la terraza vi una enorme bola
de hierba seca moviéndose caleya arriba. No iba en un carro, o
encima de una mula; parecía levitar con vida propia. Alucinado,
llamé a mi abuela para que presenciase aquel insólito fenómeno.
De pronto el bulto de hierba se detuvo junto a la entrada de la casa
y una voz aguda salió de su interior. Me saludó, y fue entonces
cuando distinguí unas piernas en la parte de abajo. Echó la hierba a
un lado -iba atada con una cuerda- y entonces lo vi, cuando se
desprendió del saco que llevaba sobre su espalda ocultando su
cabeza. Saludó a mi abuela, que nos presentó, invitándole a su vez
a entrar en casa para descansar un rato. La abuela sacó una botella
de anís de guindas, del que ella preparaba, para agasajar a su
invitado con una copita… Durante el tiempo que pasamos
charlando me llamó la atención su intenso olor a hierba y su agradable
conversación. Hablaba del campo y los peligros del bosque.
Mencionó a unos lobos que, en invierno, merodeaban cerca de la
aldea; divertido al notar el miedo que su relato me producía. Al
cabo de un rato se despidió con un apretón de manos, ásperas y
grandes. Recogió su bola de hierba y siguió su camino con las
últimas luces del día. En otra ocasión me invitó a presenciar el
parto de la vaca de la vecina, a la que solía ayudar. Fue toda una
experiencia verle tirar de las patas del ternero para ayudarle a salir.
Recuerdo a la vaca lamiendo a su cría para limpiar los restos de la
verdosa placenta y descubrir el verdadero color de su pelaje. Luego
le dieron un trozo de pan como premio por el esfuerzo realizado.
En esta foto, que encontré casualmente buscando otra cosa, se le
puede ver, risueño, junto al hórreo de la vecina, mimetizado con el
entorno rural de entonces…

Martín junto a un hórreo. Foto Figaredo, Gijón
Años después me contaron que un cáncer traicionero se lo llevó
al poco de jubilarse. Vivió con humildad y resignación hasta
el final, siendo solo… Martín.

El tilo mágico

23 viernes Dic 2016

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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cuentos, leyendas, rey, tilo

   Hubo una vez, en un remoto lugar, un rey aquejado de una profunda tristeza. Poseía riqueza, salud y juventud; aún así se encontraba muy solo. Su esposa, a la que amaba, había fallecido hacía poco tiempo, aquejada de unas fiebres. Desde entonces no hallaba consuelo. Pasado un tiempo sus consejeros le recomendaron buscar nueva pareja; tanto para mejorar su ánimo, como para tener descendencia. Decidió publicar un edicto anunciando que desposaría con aquella mujer que trajera la felicidad a palacio. Para conocerla organizó una fiesta a la que podía asistir cualquier mujer soltera en edad fértil.

   En la fecha señalada acudieron docenas de adineradas doncellas, cada una con un presente. Unas trajeron costosas joyas. Otras delicados manjares. Algunas con graciosas mascotas. El rey habló y bailó con todas ellas, decidido a no herir sus sentimientos… Terminado el baile se retiró a descansar, agotado por el ejercicio y la tensión que tal decisión comportaba. A la mañana siguiente, tras poco dormir y mucho cavilar, quiso dar un paseo a caballo para despejarse. Le dolía la cabeza por la charla incesante de sus pretendientes. Tras cabalgar un rato, divisó a lo lejos, en la ladera de un cerro, un enorme árbol que no conocía. Se acercó, curioso, a contemplarlo más de cerca, cuando sorprendió a una joven pastora recogiendo sus flores. Asustada por la presencia del monarca la joven se apresuró a disculparse, temerosa del castigo que podía suponer recoger frutos ajenos… Era finales de Junio y el campo era pródigo en cerezas y otros frutos apetecibles que la mujer no había tocado. Intrigado por su proceder el rey le dijo:

-No temas. No he venido a castigarte. ¿Por qué teniendo a tu alcance apetitosos frutos, coges esas pequeñas flores? ¿Qué árbol es este?

-Es un tilo mágico, mi señor, y con sus flores preparo deliciosas infusiones que calman los nervios, despejan la mente y hacen feliz a la gente.

El rey, impresionado por el porte majestuoso del árbol y las afirmaciones de la muchacha, le propuso lo siguiente:

-Si cuanto dices es cierto acompáñame a palacio y prepárame ese bebedizo…

A las pocas horas el rey había olvidado su dolor de cabeza. A las pocos días su humor y clarividencia mejoraron notablemente, y en pocas semanas, haciendo honor a su palabra, propuso a la joven… y bella pastora contraer matrimonio. La muchacha aceptó, abrumada, convirtiéndose en una reina bondadosa e inteligente… En poco tiempo la feliz pareja tuvo hijos sanos, y el tilo mágico pasó a formar parte del escudo real. Todavía hoy perdura su estampa, esperando que cualquier caminante recoja sus flores y goce de sus efectos. ¡Que así sea por muchos años!

foto de un tilo centenario. Foto Figaredo, Gijón

La casa de la maestra

30 viernes Sep 2016

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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aldeas sin escuela, casa de maestra de escuela, escuela rural, fotos de casas en ruinas

   Ayer la vi de nuevo, arruinada, rendida y silenciosa. No, no hablo de persona alguna, es una casa; la casa de la maestra en la aldea de mi abuela. Su lamentable estado hace juego con el de la escuela y la enseñanza rural en general. Le hice una foto antes de que se derrumbe por completo, como sucedió con la vieja escuela. Un síntoma más del declive de nuestros pueblos y aldeas.

casa de aldea donde vivía la maestra

   De niño, en las temporadas que pasaba con mi abuela, veía a la chavalería bajar corriendo por la caleya, alborotando al salir de clase. Les seguía la maestra, a paso tranquilo, cansada de lidiar con sus alumnos durante toda la mañana. Niñas y niños de dos aldeas vecinas, más pequeñas, también acudían a su escuela. Les enseñaba lo básico: leer, escribir y hacer cuentas. Un solo libro valía para todo. Eran tiempos de férrea disciplina: collejas, coscorrones, y reglazos en los dedos a los más díscolos, iban de la mano con castigos como estar de rodillas cara a la pared, o sosteniendo un libro en cada mano…

ruinas de una escuela de aldea   La casa de la maestra distaba unos 500 metros de la escuela, que estaba detrás de la capilla, casi metida en el bosque. Camino carretero, en fuerte pendiente, de piedra y tierra. Cuando llovía se embarraba y eran frecuentes los resbalones y las caídas. Recuerdo a los niños, en pantalón corto, con las rodillas llenas de mataduras, pero vivarachos y felices a su manera. Iba con ellos a ver nidos, coger grillos, o a comer frutos silvestres. Me enseñaron a identificar los árboles y plantas, reconocer los cantos de las aves o distinguir toda clase de insectos. Nos entusiasmaban las hormigas, y pasábamos largos ratos observando los hormigueros; admirando su organización y trabajo en equipo. A veces enterrábamos un petardo para, una vez explotado, contemplar fascinados la reacción defensiva de las hormigas, trasladando sus huevos a más profundidad, retirando bajas y reconstruyendo su morada en febril actividad… Se aprendía mucho fuera de la escuela; cosas que no estaban al alcance de un niño de ciudad como yo.

   La casa de la maestra estaba junto a la única taberna-tienda de la aldea, donde lo mismo se bebía sidra que se compraban víveres o calzado. Lugar de reunión vecinal junto al viejo camino principal que descendía, serpenteando, unos cinco kilómetros hasta el pueblo más cercano. Aún recuerdo las caminatas, cuesta arriba, en compañía de mi familia, cargados de pertrechos, hasta la humilde casa de la abuela; sin luz, agua, ni baño. Las velas, los carburos, el fuego de la estufa de leña, o los viajes al grifo de la vecina para llenar un cubo de agua…

   En verdad aprendí mucho en aquella aldea perdida, fuera del colegio, la ciudad y el asfalto. Vi a una vaca pariendo, hacer pan en un horno de leña, recoger patatas con una yunta de bueyes; contemplé el vuelo de las águilas y un montón de estrellas en el cielo. Escuché viejas historias de lobos y leyendas de tesoros al amor de la lumbre, fuertes tormentas acurrucado en mi cama, el zumbar de las abejas, o el ulular del viento entre los árboles… En definitiva, aprendí a valorar las pequeñas cosas; esas que te dan la felicidad.

Molinos de agua en Asturias (2ª parte)

17 viernes Jun 2016

Posted by mariofigaredo in FotoRelatos

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Asturias, foto de arroyo, maquinaria de molino, Salvemos los molinos de Agua

   esquema de las piezas de un molino Los molinos de agua tenían dos partes: una planta baja llamada “infierno” o cárcavo, que alberga la rueda hidráulica y las piezas que la gobiernan y la planta alta o “sala de moler” donde están los elementos de la molienda. Junto a ella solía haber un cuarto con un ventanuco y una chimenea, en donde esperaban turno los aldeanos. A falta de bares allí jugaban a las cartas y cotilleaban los rumores de las aldeas cercanas. Al estar en las afueras, la imaginación y malicia de la gente dieron mala fama a los molinos. Así, por ejemplo, se decía:

Los molinos no son casas

porque están por los regueros

son cuartitos retirados

para los mozos solteros.

Esto hacía que los curas, siguiendo la rígida moral cristiana de la época, los atacaran con saña desde el púlpito; quizá de ahí el nombre de “infierno” para su planta baja, con forma de bóveda, por donde entraba y salía el agua.

   Durante la guerra civil, y sobre todo en la postguerra, fueron muy útiles en las aldeas para no tener que bajar al pueblo a moler. Su situación, a veces medio escondidos por el monte, los hacía muy discretos para quien tuviera miedo de vérselas con la Guardia Civil, que a veces requisaba parte de la harina.

   Con el tiempo y la mejora de las comunicaciones los molinos fueron cayendo en desuso, abandonados a su suerte, al igual que los caminos que a ellos conducían. Todavía os podéis encontrar con alguno, preguntando a los más viejos del lugar, a las afueras de las aldeas, en lugares recónditos, casi mágicos, rodeados de maleza y olvido… Construcciones que, si pudieran hablar, contarían muchas historias.

reguero de monte en Santa Eufemia. Foto Figaredo, Gijón

   Si os encontráis con alguno parad un momento a escuchar el murmullo del agua, a reflexionar si no hemos perdido parte de nuestra naturaleza con el abandono de nuestras raíces, de nuestros montes y aldeas, de nuestro patrimonio cultural. Hacedles fotos a los que todavía existen. Dentro de no mucho tiempo desaparecerán y solo serán objetos de museo…

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