Aunque pueda parecerlo por las campañas de marketing en los centros comerciales, el Día de la Madre no tiene porqué ser una fiesta consumista, estilo a San Valentín. Su origen es muy antiguo: En la antigua Grecia había un día para rendir culto a la diosa Rhea, madre de Júpiter, Neptuno y Plutón; durante el cual se realizaban ofrendas. Otros historiadores sostienen que fue en Egipto donde se honraba a la diosa Isis, como diosa Madre, fecundadora de la naturaleza y de la maternidad. Cualquiera sabe si fue primero el huevo o la gallina…
El origen de la festividad tal como la conocemos hoy en día se remonta al siglo XVII en Inglaterra. Era una época de pobreza en la cual era habitual el trabajo de sirviente en grandes casas, donde además tenían techo y comida. Un domingo al año, normalmente el cuarto de Cuaresma, se permitía al servicio hornear un pastel y se les daba el día libre para que lo pasasen junto a sus madres. Solían celebrarlo al aire libre, en bosques y praderas. También en Estados Unidos hubo un día, en el siglo XIX, en que honraban a las madres que habían perdido hijos en la guerra.
En la actualidad seguimos honrando a nuestras madres como se merecen. Aunque hay infinidad de regalos preparados, lo que más suele agradecer una madre es un regalo que, aunque sencillo, sea pensado para ella; es decir, teniendo en cuenta sus gustos y circunstancias personales. El regalo emocional siempre triunfa. Su gran sensibilidad e instinto maternal pueden ser la causa. Dentro de este tipo de regalos las fotos cumplen un papel destacado. Los buenos momentos vividos con sus hijos no deben ser relegados exclusivamente a la memoria, pues esta acaba fallando con los años. Con este razonamiento lo lógico es, entonces, escoger una buena foto y ponerle un buen marco. Ocupará un espacio en la casa y en su corazón.