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   Hubo una vez, en un remoto lugar, un rey aquejado de una profunda tristeza. Poseía riqueza, salud y juventud; aún así se encontraba muy solo. Su esposa, a la que amaba, había fallecido hacía poco tiempo, aquejada de unas fiebres. Desde entonces no hallaba consuelo. Pasado un tiempo sus consejeros le recomendaron buscar nueva pareja; tanto para mejorar su ánimo, como para tener descendencia. Decidió publicar un edicto anunciando que desposaría con aquella mujer que trajera la felicidad a palacio. Para conocerla organizó una fiesta a la que podía asistir cualquier mujer soltera en edad fértil.

   En la fecha señalada acudieron docenas de adineradas doncellas, cada una con un presente. Unas trajeron costosas joyas. Otras delicados manjares. Algunas con graciosas mascotas. El rey habló y bailó con todas ellas, decidido a no herir sus sentimientos… Terminado el baile se retiró a descansar, agotado por el ejercicio y la tensión que tal decisión comportaba. A la mañana siguiente, tras poco dormir y mucho cavilar, quiso dar un paseo a caballo para despejarse. Le dolía la cabeza por la charla incesante de sus pretendientes. Tras cabalgar un rato, divisó a lo lejos, en la ladera de un cerro, un enorme árbol que no conocía. Se acercó, curioso, a contemplarlo más de cerca, cuando sorprendió a una joven pastora recogiendo sus flores. Asustada por la presencia del monarca la joven se apresuró a disculparse, temerosa del castigo que podía suponer recoger frutos ajenos… Era finales de Junio y el campo era pródigo en cerezas y otros frutos apetecibles que la mujer no había tocado. Intrigado por su proceder el rey le dijo:

-No temas. No he venido a castigarte. ¿Por qué teniendo a tu alcance apetitosos frutos, coges esas pequeñas flores? ¿Qué árbol es este?

-Es un tilo mágico, mi señor, y con sus flores preparo deliciosas infusiones que calman los nervios, despejan la mente y hacen feliz a la gente.

El rey, impresionado por el porte majestuoso del árbol y las afirmaciones de la muchacha, le propuso lo siguiente:

-Si cuanto dices es cierto acompáñame a palacio y prepárame ese bebedizo…

A las pocas horas el rey había olvidado su dolor de cabeza. A las pocos días su humor y clarividencia mejoraron notablemente, y en pocas semanas, haciendo honor a su palabra, propuso a la joven… y bella pastora contraer matrimonio. La muchacha aceptó, abrumada, convirtiéndose en una reina bondadosa e inteligente… En poco tiempo la feliz pareja tuvo hijos sanos, y el tilo mágico pasó a formar parte del escudo real. Todavía hoy perdura su estampa, esperando que cualquier caminante recoja sus flores y goce de sus efectos. ¡Que así sea por muchos años!

foto de un tilo centenario. Foto Figaredo, Gijón