Llegamos al pintoresco pueblo de Garganta la Olla sobre las seis de
la tarde. Garganta la Olla debe su nombre a estar encajonada entre
montañas, como en una olla, en las estribaciones de la sierra de
Gredos. Queda limitada por tres ríos: Garganta Mayor, Garganta
Piornala o menor y el Arroyo del Castaño. Su origen real se pierde
en la noche de los tiempos -se encontraron hasta castros vettones-,
aunque hay quien dice que la fundaron un grupo de pastores en el
siglo XIII. Conjunto Histórico-Artístico, tiene unos mil habitantes y
una altura de 600 metros.
Nuestra guía acompañante, Mercedes, nos orienta sobre lo básico
que debemos conocer sobre este pueblo; incluso de la leyenda de
una aguerrida mujer, la serrana de la Vera, que andaba por el
monte seduciendo a los hombres que luego mataba. Sorprende al
visitante ese aire medieval que todavía conserva en sus calles.
Como si el tiempo se hubiera detenido en aquella época.
Ejemplo de esto es ver los dinteles de las puertas con el nombre de
sus moradores, la fecha de construcción y una cruz, grabado en la
piedra, o el típico diseño de sus casas. Caminamos por estrechas
callejuelas hacia la Plaza Mayor. Lo de “Mayor” es porque está el
ayuntamiento; ya que la plaza, como tal, es pequeña, acogedora y
preciosa. Todo parece estar construido a escala. Las montañas
están muy cerca y el cielo se ennegrece presagiando lluvia…
Nos dirigimos a la iglesia parroquial de San Lorenzo, del siglo XVI,
que posee un órgano barroco muy famoso. Al salir nos tuvimos que
refugiar en su atrio, ya que empezó a llover intensamente. Entre
uno y otro chaparrón nos acercamos hasta una casa curiosa: su
viga maestra descansa sobre una piedra de la calle. Parece que se
vaya a desplomar de un momento a otro, aunque lleve siglos así.
Luego nos acercamos a un puente desde donde se pueden divisar
las pequeñas cascadas del río que forma la garganta principal. En
verano la gente se baña en pequeñas piscinas naturales que se
forman sobre las piedras. Solo pudimos hacer una mala foto bajo la
lluvia que caía… Cansados de mojarnos, encontramos una pequeña
tasca donde guarecernos del temporal de lluvia y viento que nos
azotaba. ¡Benditos bares!
Al cabo de una media hora dejó de llover y pudimos continuar
con nuestro periplo. Volvimos al centro del pueblo para, según nos
contara Mercedes, conocer el lupanar de la época de Carlos V; la
llamada Casa de las Muñecas. Pintada de azul para distinguirla del
resto. Según cuentan, este prostíbulo era frecuentado por el propio
emperador y toda su guarnición. Casi frente por frente está el
Museo de la Inquisición, donde se pueden ver los utensilios de
tortura que utilizaba el Tribunal del Santo Oficio para hacer confesar
a los supuestos herejes lo que fuera menester… en nombre de la
sacrosanta Iglesia Católica. Dicha institución, de hecho, no fue
abolida realmente hasta 1.834.
Terminada la visita nos volvimos al hotel para reponer fuerzas. Al
día siguiente toca visita guiada a Cáceres, de la que hablaremos la
semana que viene.