Etiquetas
Belmonte, Castillo de Belmonte, Cuenca, filtro polarizador, fotos de castillos, fotos de molinos de viento
Al día siguiente subimos al cerro donde se encuentra el castillo y
entramos a visitarlo. Hay taquilla, cafetería y tienda. Con la entrada
te dan un audio-guía para que escuches las explicaciones de todo lo
que ves en cada estancia. La vista empieza con un audiovisual muy
bien realizado. Te colocan en el ambiente de la época para entender
mejor el lugar en que uno está y su historia. Luego comienza la
visita, por libre, de todo el castillo. Desde las mazmorras hasta el
tejado. Todo está impecable. Estamos en un auténtico museo con
todas las habitaciones amuebladas.
Por los pasillos se ven panoplias y armaduras. Nos llama la
atención los aposentos de Eugenia de Montijo: su cama con dosel,
su aparador, su bañera… todo marcado con la letra “E” para que
nadie se llame a engaño sobre la identidad de la dueña…
Todas las ventanas tienen poyos para sentarse. Las habitaciones
incluyen chimenea. Es fácil imaginarse el frío que puede hacer en
pleno invierno. De hecho era común que el señor del lugar
atendiese a las visitas sin salir de la cama. Lo más divertido fueron
las letrinas: unos simples agujeros en la piedra que dan al exterior,
con una caída de unos veinte metros. No olía, no.
Impresionantes los techos de los pasillos y estancias más nobles.
Casi todos en excelente estado de conservación. Desde arriba,
entre las almenas, se divisa una gran panorámica. Todo el pueblo y
la vasta llanura manchega salpicada por pequeñas localidades.
El recorrido puede prolongarse lo que uno desee. Estuvimos unas
dos horas viéndolo todo. Al salir nos fijamos en lo que parece un
pozo franqueado por dos columnas y una gran báscula para pesar
animales, mercancías… o personas.
Dejamos atrás el castillo y exploramos el tranquilo pueblo. En
gran parte conserva su muralla con puertas cada cierto trecho. Se
respira paz y sosiego. Es una delicia sentarse en la terraza de algún
bar a tomarse una caña tras el largo paseo.
Por la tarde dimos un garbeo por los alrededores del pueblo.
Vimos agricultores labrando un suelo seco y pedregoso. Muy pocos
árboles. Admiramos los molinos de viento tan típicos de la zona. No
en vano estamos en plena ruta de El Quijote.
Para las fotos, de las que hay profusión en este artículo, utilizamos objetivo normal o gran angular. En los molinos -y en todo el pueblo- es indispensable
un filtro polarizador, para contrastar la blancura de sus paredes con
el azul del cielo. Aquí la luz, comparada con Asturias, es cegadora.
Al día siguiente madrugón para tomar el bus a Cuenca, la capital.
Pero eso ya es otra historia…