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A principios del siglo pasado ir de vacaciones era ir de veraneo. Un
lujo reservado exclusivamente a gente pudiente, de calidad. El
común de los mortales o no sabía lo que era eso o se conformaba
con unos días sin ir a trabajar. Este hecho era acentuado por las
dificultades para viajar. Los tiempos de viaje eran enormes, por
unas carreteras que más bien eran caminos. En diligencias o
primitivos autocares. Con la llegada del ferrocarril se popularizó
más el veraneo. Sus tres clases de compartimentos reflejaban la
división de la gente según su poder adquisitivo, aunque al final
todos llegasen al mismo tiempo a destino. Por aquel entonces la
aristocracia veraneaba en San Sebastián o Santander, dejando
Gijón o La Coruña para la clase media…
En estas dos fotos de Loty podemos asomarnos a unos veraneos
en blanco y negro, de al menos un mes de duración. Era la época
de los balnearios y los baños de ola, de estar en la playa vestidos
con ropa de calle remojando los pies. De bañadores de cuerpo
entero. De bastón y bombín. Con niños en pantalón corto. Fiel
reflejo de una sociedad pacata y fácilmente escandalizable…
Hoy sonreímos con esas viejas fotos. ¡Cómo era antes la gente!,
pensamos, sin darnos cuenta de que dentro de cien años dirán eso
mismo de todos nosotros…